Conciliación y cultura corporativa

29/11/2016

El 1 de septiembre nació mi segundo hijo, Gael.

Si durante el siguiente mes y medio me escribiste un email, recibiste un auto-response como este:

Hola!

He tenido la suerte de poder juntar mi baja por paternidad con las vacaciones, así que estaré descubriendo a Gael hasta el 14 de octubre. 🙂

Si tienes alguna consulta urgente, por favor, escribe a: xxxxx@xxxx.xxx

Gracias y nos vemos a la vuelta! 🙂
c

Sí. Un mes y medio.

He de reconocer que dudé si hacerlo o no, pero no encontré ningún argumento en contra lo suficientemente fuerte. Aquello que me hizo dudar, sin embargo, lo vi reflejado más tarde en las reacciones de sorpresa e incredulidad de algunas personas, e incluso de, llámalo bromas criticonas, llámalo reproches amistosos. Sin mala intención, con un trasfondo cariñoso incluso, pero ahí estaban.

Mi renovada paternidad, por otra parte, me ha vuelto más selectivo en cuanto a aquellos eventos que me van a requerir sacrificar tiempo en familia. Esta es una de las razones por las cuales ni siquiera me planteé asistir a Codemotion Spain 2016. Sin embargo, sí que estuve curioseando a través de Twitter durante los dos días que duró. Y así, me encontré con este tuit de David Bonilla (sí, se le cayó la H, ya se dio cuenta solito… pásalo por alto vale?):

Una hora más tarde, ya habíamos cerrado un hangout en la agenda con Susana Morcuende, la instigadora del movimiento, para entender en qué consistía Yo Soy Tu Madre, y cómo podíamos colaborar desde Runroom.

Una de las cosas que me quedaron claras del hangout, es que Yo Soy Tu Madre no se limita únicamente a trabajar por la conciliación, sino que lo que pretende es dar visibilidad a aquellas empresas que cuiden a sus trabajadores y fomenten culturas colaborativas y centradas en las personas.

Podéis ver la charla que hicieron Susana, Yamila y Jorge en Codemotion, aquí:

A petición de Susana, traté de explicarle cómo es nuestra cultura corporativa. Cómo habíamos arrancado hacía un año y medio un proceso de alineación, donde los más de cuarenta runroomers pudimos aportar nuestras visiones y propósitos individuales, a partir de los cuales logramos co-crear La Visión de Runroom, hacer explícitos nuestros principios, e incluso desarrollar nuestro BHAG (Big Hairy Audacious Goal)

Detalle de una composición de cuadros expuesta en una de las paredes de Runroom

Le contaba que, desde el punto de vista del management, el objetivo es consolidar una cultura de decision makers, así como poner foco en el desarrollo profesional y personal de todo el equipo. Le puse un par de ejemplos que a mi me parecieron dignos de mención, como cuando hace unos meses los equipos decidieron reestructurarse, y ellos mismos diseñaron cómo iba a ser la nueva configuración, en función de sus skills, del portfolio de proyectos existentes y, todo ello, pensando en el bien común.

Big Hairy Audacious Goal de Runroom

O como cuando hace un par de semanas, unos cuantos miembros del equipo presentaron a toda la empresa una iniciativa definida por ellos mismos, que tuvieron a bien llamar «Career Path», donde propusieron un sistema voluntario de mentores y tutelados, y destacaron los siguientes objetivos, y cito textualmente:

  • Creación de una cultura de tutoría
  • Romper la mentalidad de “silo” entre los equipos
  • Atraer y retener talento
  • Beneficio Económico al recurrir a expertos internos para el desarrollo
  • Mejora de la productividad a través del desarrollo profesional
  • Traspaso de conocimiento

No sé a ti, querido lector, pero a mi estas cosas me emocionan profundamente y, no te voy a engañar, me hinchan el pecho. Y sé que a Susana también le resonó lo que le expliqué porque, pese a que prácticamente no hablamos de conciliación, me confirmó que somos el tipo de empresa que busca. Y nos comprometimos mutuamente a organizar un meetup en Runroom en enero. Stay tuned.

La inexorable ley de la Gravedad.

Y quiso el destino que, esa misma semana, dijéramos adiós a un cliente con quien llevábamos más de un año trabajando pero que, en los últimos meses, sentimos una pérdida de percepción de valor hacia nuestro trabajo.

Son esas cosas que escuecen. En todo ese tiempo, desarrollamos un e-commerce que nos encanta, y un buen montón de campañas de marketing con unos kpi’s realmente brillantes… Pero pese a la ilusión que nos hacía el proyecto, pese a la implicación de todos y cada uno de los miembros del equipo por volcar todo su talento en la entrega de valor, pese a la transparencia con la que gestionamos lo económico y la dedicación, y pese a todos los esfuerzos que quisimos invertir en esa labor didáctica tan necesaria en los clientes no-nativos digitales, no fuimos capaces de ponernos en valor. «Es que nos cobráis por todo», fue el feedback que, un par de semanas antes del adiós definitivo, me dio a entender que ya no había nada que hacer.

Sí. Cobramos por trabajar. Culpables.

Y fue en la última conversación que mantuvimos, previa a una cordial despedida y mutuo agradecimiento por todo lo que nos habíamos aportado, cuando me di cuenta, en el último reproche que me lanzó mi interlocutora, que existía una enorme brecha subyacente provocada por una incompatibilidad de valores: «Yo he sido madre y he contestado al teléfono mientras estaba de baja»

Hostia.

Me tomó un minuto entenderlo. En mi ausencia, el rol de consultor que yo realizaba quedó cubierto al 100% por uno de mis socios (en quien, ni que decir tiene, confío ciegamente tras más de 13 años trabajando y creciendo codo con codo). Ella preguntó por mi y él le dijo que yo estaba de baja, pero que conocía el proyecto a la perfección y que estaba a su absoluta disposición. Y no sentó bien. Que yo dedicase un mes y medio a mi paternidad y no estuviese disponible al teléfono, no sentó bien.

Y ahí es donde uno entiende cuál es el verdadero problema de la conciliación. Y ahí es donde uno se da cuenta de cuáles son los verdaderos valores propios, figuren o no en un cuadro colgado en la pared:

Los valores son aquello por lo que estamos dispuestos a decir que no, a pesar de las consecuencias.

Y todo lo demás, se rige por la Ley de la Gravedad. Cae por su propio peso.

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